Lucía Puertas Gómez
Si esta revista fuese una como otra cualquiera y os adelantara que el tema a tratar en este artículo girará en torno a un símbolo del emprendimiento en la Historia, ¿qué os esperaríais? “Vaya, otra vez el mismo cuento”, diríais, “esto será otra biografía sobre los éxitos de un hombre de negocios. Es como vivir constantemente en una película americana”. Seguro que os rondarían la mente nombres como el de Steve Jobs o Amancio Ortega (con los bufidos de unos y los vítores de otros. Nunca llueve a gusto de todos). Sin embargo, (por suerte), esta no es una revista cualquiera.
María Guerrero fue una actriz, empresaria dramática y MUJER del siglo XIX (1867-1928, Madrid). Es conocida entre los madrileños, quienes cuentan con un teatro con su nombre, pero, desgraciadamente, en el resto de España la fama y el reconocimiento no son algunas de sus características (o, al menos, todo el que se merece). De hecho, probablemente, la mayoría de sus admiradores pertenecerán al mundo de las artes escénicas. No es el caso de otras mujeres como Coco Chanel, cuyo nombre ha llegado, al menos una vez, a oídos de cualquier persona -aunque sabemos que personajes femeninos con esa suerte se cuentan con los dedos de una mano-.
Guerrero destacó tanto en escena como en el ámbito del emprendimiento femenino, ya que se fijó un objetivo y se aferró a él con todas sus fuerzas: arrastrar el teatro nacional hacia la modernidad. La artista invirtió todo su tiempo y sacrificio en clases y ensayos, hasta que, escalón a escalón, alcanzó la cima.
Los hombres, paralelamente a su ascenso en el plano artístico, comenzaron a hacerse a un lado para dejar pasar a una estrella oculta en un mundo de misoginia. Compositores, escritores y dramaturgos se arrodillaban ante su talento, mientras ella soltaba la fregona, se levantaba del suelo y abría el telón. Artistas como Valle-Inclán y Benito Pérez Galdós escribían obras para ella, mientras esta se bañaba en halagos sobre su voz y sus capacidades interpretativas. Como prueba, las palabras de Zorrilla en relación a su interpretación de Don Juan Tenorio: “es mi doña Inés soñada”.
La artista acumuló tanto éxito que, tras su muerte, el Teatro de la Princesa pasó a tener su nombre: Teatro de María Guerrero, como se le conoce actualmente. Dejaba así un pedacito de su memoria entre las calles de la capital española.
Sin embargo, durante su vida no se había limitado a ser reconocida en el ámbito nacional. Guerrero probó suerte al otro lado del charco, a través de 24 giras por América que extendieron su fama a escala global.
Los logros de la artista han tenido el honor de pasar a la Historia y hacerse un hueco en una reducida lista de mujeres que, como ella, se reconocen como símbolos del emprendimiento femenino.
Desgraciadamente, la mayoría de ellas, o bien son famosas por su importante rol en la cosmética y la moda, tal como le ocurre a la austriaca Emilie Flöge o a Elizabeth Arden, creadora de una empresa cosmética de lo que ahora es Revlon, o bien debieron su éxito en parte a hombres de su alrededor, como Tecla Sala con la fábrica textil de su marido. Esto invisibiliza sus capacidades de liderazgo y puede llegar a crear convicciones sobre la dependencia de la mujer hacia el hombre en cuanto a la realización de proyectos. La artista madrileña que nos atañe ahora fue, sin embargo, la excepción que confirmó la regla: éxito, independencia, sacrificio y compromiso, todos unidos en una misma persona.
María Guerrero nació en un mundo opresor de voces, pero, como ahora ya sabemos, ella tenía algo muy importante que decir.
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