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Hijos de la bonanza, un canto esperanzador a la precariedad y la emancipación

Actualizado: 11 ene 2021

[CULTURA, RESEÑA]

Antonio Rodríguez López


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Hijos de la bonanza, a hopeful chant to
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Cada generación poética se ha definido por unos estándares marcados e ineludibles. La joven generación poética actual se define, quizás, por la ausencia de esos estándares, por el eclecticismo y la pluralidad de tendencias, por ser un altavoz social sin renunciar a la estética formal. Hoy la poesía es, sin duda, sincera, plural, libre, reivindicativa y feminista. Hoy la poesía es, sin duda, Rocío Acebal. Hoy la poesía es “hija de la bonanza”.


Rocío Acebal Doval en Erató Fest. José Álvarez (@josealvarezfoto)

La llegada de una pandemia mundial y sus consecuentes crisis sanitarias, políticas, económicas y sociales traen un oleaje especialmente tempestuoso para el sector artístico de una nación. Menos de dos semanas después de la promulgación del Estado de Alarma en España se produjo el fallo del jurado de la XXXV Edición del Premio de Poesía Hiperión, que daba como ganadora la obra Hijos de la bonanza, de la ovetense Rocío Acebal Doval (Oviedo, 1997), por su lucidez, precisión, ironía y la hondura con la que se tratan temas como la precariedad o la emancipación de la mujer.


Rocío Acebal Doval ha estudiado el doble grado de Derecho y Ciencias Políticas en la Universidad Carlos III de Madrid. También es autora de Memorias del mar (Valparaíso, 2016) y ha participado en varias publicaciones colectivas, como 52 semanas (Entropía, 2019) o Piel Fina (Maremágnum, 2019).


Como estudiante y como poeta es posible encontrar en sus versos una descripción más sincera: «¿encontraremos / un lugar digno que habitar en este / mundo que no termina de gustarnos? (…) La conclusión es fácil: / no vamos a vivir / mejor que nuestros padres pero al menos / sabemos que podremos resistir».


Rocío Acebal Doval (Twitter @RocioAcebalD)

Rocío Acebal es estudiante, poeta, y una superviviente de los señuelos de los días neoliberales y precarios que se suceden, idénticos, en el calendario y construyen grandes fachadas de entrada a un mercado laboral que tiene reservado para nosotros una habitación de 10x10m2 y un trabajo junto a una fotocopiadora.


Hijos de la bonanza comienza con un bello y preciso homenaje a Antonio Machado, en el poema que da nombre a la obra: «estudia cuatro años y tendrás un trabajo, / trabaja y vivirás siempre tranquila; / trabaja y serás digna de un futuro. / Asentí, como todos –hijos de la bonanza-».


Debo reconocer –si me permiten esta licencia– que leí una gran cantidad de reseñas de la obra, incluso antes de leerla. Todas coincidían en utilizar los mismos términos: precariedad, lucha, supervivencia, feminismo, igualdad, poesía civil, aversión, patria… Y un sinfín de términos más que no hacen sino definir a una generación que se sabe perdida antes de comenzar. Esta breve recopilación de ZENDA ejemplifica a la perfección la obra.


Sin embargo, de entre todos los elementos que se pueden descubrir en la poesía de Acebal, hay uno en mi lectura que se impone por encima de todos: esperanza. Esperanza por ver si hallaremos un hueco cómodo en este mundo lleno de clavos. Esperanza como remedio al callejón sin salida. Esperanza como remedio al miedo. Esperanza para escribir. Esperanza como reflejo de un amor a la vida que no tiene más remedio que sustentarse en los recuerdos y el cariño a unas amigas maravillosas con las que compartir un smoothie y unas cuantas palabras: amor.


Para poder profundizar en el análisis centraré las líneas restantes en dos temas centrales: la precariedad y la figura de la mujer en la obra. Ambos se entrelazan entre sí, siendo complicado no encontrar alusiones a uno en poemas que centran su fin en el otro.


Acebal siente dentro de sí una precariedad impuesta, una precariedad que se ondea en las banderas de una generación completa, en la que las cuantificaciones están rebasando los límites de lo racional, lo lógico e incluso lo anecdótico. «Yo nací –comprendedme y quizá / consigáis perdonarme– un instante / antes de la tormenta, abocada / a ver desde la cuna el hundimiento / y vivir aferrada a los tablones: / náufraga del progreso».


Hallamos también entre estos versos un tímido encontronazo contra el futuro, que no se sabe certero ni erróneo, que no se sabe seguro, que prácticamente ni se sabe. Una ruta establecida que podría desembocar en un mar de cenizas, pero, ¿qué hacer si nuestro mercado no puede controlar tanta demanda con tan poca oferta?: «No pueden entender los sacrificios / que exige de nosotros el futuro: / la heroicidad es patria de los jóvenes. / La estupidez también. Nuestra revolución: / estupidez con buenas intenciones».


Acebal no solo sufre los efectos de la precariedad, sino que el impacto se multiplica exponencialmente al saberse nadando en un océano precario de jerarquía en el que, digámoslo sin tapujos, poder permitirse deambular por el sistema en busca de la oportunidad final es casi una fortuna digna de los más dichosos –pido disculpas a los lectores y a la propia autora, mas no puedo recortar versos de esta obra–. «Me dicen “tienes suerte” (y es verdad: / yo puedo permitirme / cinco meses haciendo fotocopias / por un sueldo de mierda que no paga / ni siquiera la habitación de siete / metros y un ventanuco / para soñar que un día / podré ser como aquellos que me ofrecen / café por las mañanas y me dicen / desde sus sillas ergonómicas / “a ver si sacas tiempo para hacerme / todo este papeleo para hoy”».


Rocío Acebal (@RocioAcebalD)

A uno le da por pensar que una de las mayores crueldades de nuestro sistema laboral moderno y neoliberal es haber conseguido convertir en un privilegio aceptado algo que descansa en los límites de los derechos humanos básicos. Algo que ella misma explica en una entrevista para eldiario.es: “Es importante saber dónde está uno, que mi precariedad no va a ser la misma que la de otras personas, pero el hecho de que otros estén peor no quita el derecho a reivindicar un malestar colectivo que sigue siendo grave”.


En Hijos de la bonanza, Rocío Acebal es una y decenas de mujeres a la vez. Es ella misma, es su abuela, es su hermana, es su madre, es la mujer a la que ya no le merece la pena tomar un trago a cambio de una conversación soporífera, es la mujer que hará decenas de fotocopias y las continuará haciendo mientras tenga “la inútil vocación de pensar y explicar lo que ha pensado”.


La poeta ovetense se construye etéreamente sobre el tiempo y el lugar, sobre las convenciones, para regalarnos la poesía de todas las voces que habitan su interior. En “No quiero tener hijas” la poeta se descubre en el temor de continuar difundiendo una tradición impuesta. «No quiero reflejar mi herida en otro cuerpo: / reconocer mis gestos en sus gestos, / mis excusas baratas en sus labios, / mis manos en sus manos cuando palpa / su cuerpo con tristeza».


¿Quién podría desasirse de la irracional culpa de pertenecer a estos días heteroprotectores? ¿Quién podría tener hijas y no sentirse responsable de sus actos? ¿Quién podría agarrar la indulgencia al descubrirse replicando imposiciones sin cuestión? Y es que, ¿quién podría habitar sin cadenas el hastío de este caduco mundo si, como canta en “Ciertas noches”, otro día más se descubre «procurando no llorar y repitiéndose / esta es la última vez, se ha disculpado, / nunca más volverá a llegar tan tarde, / tan sucio, tan borracho».


Rocío Acebal, El Cultural. Blog de Rocío Acebal

En “Noche de ronda” la autora se aventura en la oscuridad de los bares desde una perspectiva reivindicativa, porque «ahora sabes que a ellos les repelen / tus gestos feministas, que les trae sin cuidado / tu carrera y tus libros, que la noche / no sirve para más que conocer a un cuerpo». Y es que quizás no es la noche la culpable, quizás no sean los cuerpos, quizás sea la jerarquía autoestablecida y que tasa la piel a precio de whiskey.


Acebal, parafraseando a Luis Alberto de Cuenca, se descubre en esa revelación, que comparte consigo misma y con sus lectoras y lectores. «En cuanto duerma, escaparás descalza, / con las bragas guardadas en el bolso, / en busca de unos churros que sí te hagan / la boca agua –al menos eso-; / meditando que, al cabo, merece más la pena / no comerse una rosca y hablar de feminismo, / afearles los gestos neandertales, / amargarles la vida con Beauvoir y con Miller. / O buscarse una novia y que los den a todo».


En “El aliado” escribe: «Tú estabas por la causa –al fin y al cabo, / eres un hombre justo y parecía / ser una causa justa–. Pero ahora / quieren hacer de ti –¡de ti!– un verdugo / –¡con todo lo que hiciste por su causa!– / y por ahí no pasas. (…) Tú estabas por la causa, pero ahora / la conciencia te obliga a denunciarlo: / “son todas unas putas”». Poco apunte podemos hacer de un fenómeno tan arraigado y conocido como el “aliadismo”.


Acebal deja ver una última mujer en su obra. En “Desde que te conozco” escribe: «No quería decirlo pero a veces, / lloro cuando no estás en mis poemas, / lloro cuando me toco y pienso en alguien / que nunca has conocido. (…) Por la calle me han dicho que parezco / una mujer feliz. Podría ser verdad. / Ya no me veo fea cuando lloro».


En “Genealogía de la aguja” expone: «Mi hermana no aprendió nunca a coser / y aunque lo hiciera ahora / ya no sería igual: aprendería / a asegurar botones y a poner dobladillos, / a clavar alfileres en los bajos, / pero nunca podrá tejer las tardes / y la genealogía / en muñecas de trapo».


Por último, escribe en “Raíces”: «Reconstruyo mi historia porque quiero / contársela algún día, explicarles: / “cariño, esto es un pueblo”, / “de esta manera nacen las manzanas / y no en el mundo plástico de los supermercados”, / “esto son las raíces: / no las dejes morir jamás, el árbol / se pudre si se pudren sus raíces”».


Hay algo en la poesía de Acebal que es superior a todas las corrientes e ideologías incomprensiblemente atemporales: Rocío Acebal es una y muchas mujeres a la vez, y de su comunión nacen unos versos sinceros, honestos, guerreros y tiernos que incendiarán las calles para así ondear, de una vez por todas, la bandera de la paz y la igualdad, la bandera feminista.


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