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Entre burbujas. Reflexión sobre la natación sincronizada

Claudia Varela Bermúdez



“Me pongo las pinzas en la nariz, respiro hondo, me coloco la tira del bañador y miro a las gradas. Localizo a mis padres, que me están animando como nunca lo habían hecho. Miro a mis compañeras; unas están repasando la rutina con los brazos, otras hacen ejercicios de respiración, otras se dan los últimos retoques en el tocado del pelo y otras parecen tan tranquilas que hasta hablan entre ellas sobre temas alternes. Me vuelvo a colocar la tira del bañador, doy pequeños saltitos, muevo las muñecas y las extremidades para no enfriarme… ‘Claudia, hoy es el día para demostrar todo lo que nos hemos esforzado en esta temporada’ pienso y me repito constantemente. Otra vez me vuelvo a colocar la tira del bañador, a pesar de haberlo hecho por quinta vez desde que me lo puse. Los nervios se apoderan muchas veces de algunas de mis compañeras y de mí misma en determinadas competiciones. Hoy es un día importante, son los Gallegos y tenemos que demostrar lo que valemos para conseguir llegar al pódium y el pase a los nacionales. Se oye un pitido… es el momento, el equipo anterior ha terminado y es la hora de salir a ejecutar nuestra rutina. Le cojo la mano a Sabela y me pongo detrás de ella en la cámara de salida. Patri grita: un, tres, cinc, set, un tres, cinc, set… Estamos andando hacia la tarima para realizar nuestro ejercicio con las primeras notas de Bohemian Rapsody”.


Los nervios son el síntoma más común de la presión que se edifica en una competición. Suelen ser normales entre muchas de nosotras, especialmente cuando somos conscientes de que si fallamos por individual en un movimiento perjudicamos, a su vez, al resto del grupo. En esta reseña me encantaría sumergiros en el mundo de la natación sincronizada, un deporte practicado mayoritariamente por mujeres que, aunque haya evolucionado hacia una categoría mixta desde los Mundiales de Natación celebrados en el año 2015, a nivel nacional sigue siendo pugnado exclusivamente por mujeres.


Como ex-nadadora, he de decir que lo que más me gusta de la sincro es la complicidad que existe entre las compañeras que integran un equipo. Preparar una competición de natación sincronizada de tal calibre supone un importante trabajo en grupo. Entre nosotras sabemos cuando una figura tiene que ser cambiada porque a una integrante le cuesta ejecutarla, nos apoyamos cuando recibimos malas críticas del jurado o de las entrenadoras, nos ayudamos a mejorar mutuamente, dejamos nuestros pulmones animando a las compañeras que realizan sus dúos y solos, nos prestamos mutuamente las pinzas y cualquier material que precisemos, nos ayudamos en la preparación pre-competición, nos auxiliamos ante cualquier tipo de lesión e incluso nos quedamos hasta las tantas de la madrugada hablando por teléfono sobre nuevas canciones para incluir en nuestra rutina.


Sin duda, lo que más se valora en un deporte tan duro como la natación sincronizada no es el tiempo de aguante debajo del agua ni la flexibilidad que tengan las nadadoras, sino el trabajo perfectamente coordinado por once mujeres que componen un equipo. Si una falla, fallamos todas, por eso es sustancial apoyarnos hasta el final de los cuatro minutos y treinta segundos que dura una rutina grupal.


Dúo técnico de la selección española en los JJOO en Londres, 2012

Muchas veces se piensa que la natación sincronizada es un “deporte de chicas” debido a que por naturaleza tendemos a tener mayor flexibilidad que los hombres y a ejecutar mejores movimientos artísticos… Pero se nos olvida que la sincro es un deporte que precisa de mucha fuerza y trabajo de musculación para poder elevar el peso de las compañeras que saltan o para soportar los fuertes ajetreos de piernas y brazos al realizar la coreografía. Personalmente pienso que la sincronizada ha progresado hasta convertirse en un deporte de mujeres porque somos expertas en buscar esa connivencia que se necesita entre nosotras, de entendernos y de coordinar a la perfección nuestras acciones de tal forma que sea posible realizar esos ejercicios “tan bonitos e imposibles” que se emiten por la televisión cuando llega la hora de ver los Juegos Olímpicos.


Ona Carbonell y Marga Crespi en el Campeonato Mundial de Natación en Bercelona, 2013

Desde aquí me gustaría reconocer el enorme trabajo de algunas mujeres como las que integran la Selección Española de Natación Sincronizada; ejemplos como Ona Carbonell, Gemma Mengual, Andrea Fuentes, Marga Crespi o Paula Klamburg. Grandes sufridoras dentro del agua que desgraciadamente no obtienen la repercusión que se merecen a nivel mediático. A todas y todos nos gusta ver la sincronizada por la televisión, pero muchas veces pasa desapercibido el trabajo que hay detrás de esas coreografías. Por ello, me gustaría que pensaras por un momento lo que supondría estar en suspensión debajo del agua durante aproximadamente cinco minutos y concentrándote únicamente en realizar tus movimientos perfectamente coordinada con tus compañeras… ¿difícil, no crees?


Personalmente he tenido la suerte de haber tenido unas grandes compañeras que han hecho que este estoico deporte sea más llevadero entre las burbujas y, sobre todo, doy gracias a que el trabajo realizado entre nosotras once nunca haya fallado. Sin duda, la sincronizada es un deporte que podría ayudarnos a pensar sobre una posible forma metafórica de lo que el conjunto de mujeres somos capaces de hacer.

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