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“En los hospitales psiquiátricos me he sentido peor tratada que a un animal”

Raquel Pérez Alcaraz


Marta Oliver acabó en la planta de psiquiatría de un hospital público madrileño vía urgencias y con orden judicial un 16 de noviembre de 2015, tras una sobre ingesta de pastillas. En los últimos años había experimentado dos graves traumas. Fue el último de ellos el que hizo que fuera ingresada.


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Marta estudió Ingeniería Técnica Forestal y se licenció en Ciencias Ambientales. Su marido y ella se compraron una casa en el madrileño barrio de Santa Eugenia y cumplió su sueño ganándose la vida en una ingeniería. Su pasión por viajar le ha llevado a recorrer medio mundo junto a su marido. Hoy, sin embargo, tiene una incapacidad absoluta que le impide trabajar y desde hace unos años tiene miedo a salir de casa.


Marta Oliver junto a su gato en el jardín de su casa

En su primer ingreso permaneció un mes, una semana y dos días, “lo cual parece corresponderse más con una condena carcelaria”, explica Marta. Cuando salió, lo hizo con un diagnóstico de depresión profunda, estrés postraumático y duelo complicado. Desde entonces, ha entrado y salido de estos hospitales entre 15 y 20 ocasiones –la última, apenas unos días atrás– y su diagnóstico ha ido aumentando, incluyendo un trastorno de personalidad.


Desde que salió la primera vez del hospital, ha tenido múltiples recaídas, intentos de suicidio y autolesiones. Esto le ha causado ingresos, cada vez más cortos, a veces tan solo de horas que sirven únicamente para reajustar la medicación y permitir que la persona salga adelante. “A mí cada ingreso me iba haciendo mella, lejos de ayudarme se convertía en otro periodo traumático, unos episodios horribles por lo que tenía que vivir allí”, cuenta Marta.


Según el centro, la habitación puede ser individual o compartida, con una cámara de vigilancia encendida las 24 horas y desprovista de objetos personales o de higiene. A excepción de un paquete de pañuelos desechables. Para disponer de algún objeto, tienes que conseguir el permiso del psiquiatra correspondiente y, para realizar “operaciones de alto riesgo” – secarse el pelo con secador, cortarte las uñas, afeitarte la barba… – necesitas la vigilancia continua de un auxiliar. “Una de las primeras cosas de las que te das cuenta cuando estás ingresada en un pabellón psiquiátrico es que no tienes absolutamente ninguna intimidad y apenas dignidad”.


A veces, para tranquilizar a los pacientes, se aplica la contención, que afirma Marta que es un “eufemismo de ‘atar a la cama’”. Consiste en una sujeción en cinco puntos de apoyo: ambos tobillos, muñecas y alrededor de las caderas. El tiempo que puedes permanecer en esta situación depende de cada paciente. Si necesitas ir al baño, unos auxiliares te bajan la ropa y te ponen una cuña y más tarde debes avisar para que la recojan. “Me he sentido tratada peor que a un animal”, recoge Marta en El Muro de Cristal. Este es el nombre del libro que ha publicado este mismo año y en el que da a conocer el mundo de los hospitales psiquiátricos desde el punto de vista del paciente.


Los distintos hospitales psiquiátricos en los que ha estado ingresada carecían de psicólogos, a pesar de que ella asegura que muchas patologías pueden ser tratadas con psicoterapia. “Cuando he reclamado personal de psiquiatría, me han indicado que ellos también llevan años solicitándolo, pero que no se los mandan. (…) Cuando fui a pedir cita con un psicólogo de la Seguridad Social me dijeron que había una lista de espera de seis meses, y luego te atiende cada dos o tres meses”. En 2017 había en España 0,55 psicólogos por cada 100.000 habitantes, 1,64 en el caso de Madrid, mientras que el número de psiquiatras se encontraba entre los 8 y los 10 según la Comunidad. “Por eso existe una sobremedicación de los pacientes que en muchos casos se podría evitar o reducir con una psicoterapia adecuada”. El tratamiento ideal, según su doctor, era la psicoterapia intensiva, sin embargo, en el hospital carecían de este servicio.


“Una de las primeras cosas de las que te das cuenta cuando estás ingresada en un pabellón psiquiátrico es que no tienes absolutamente ninguna intimidad y apenas dignidad”.

La terapia psicológica es fundamental. Poco antes de su primer ingreso, Marta había perdido a su bebé estando todavía embarazada por un desprendimiento de placenta que también podía haberle costado la vida a ella. “Tuve que presenciar cómo me abrían y sacaban a mi hijo muerto a través del reflejo de la lámpara, jamás he sentido tal vacío”.


Esta no era la única vez que Marta esquivaba la muerte. “La primera fue el atentado del 11 de marzo”. Ella estaba en uno de los trenes que explotaron. La puerta en la que había estado apoyada minutos antes saltó por los aires. Ella siempre se sintió culpable por haber sobrevivido e intentó evadir estos sentimientos volcándose en el trabajo. La Asociación 11-M Afectados por el Terrorismo le ofreció ayuda psicológica, pero ella no la aceptó en un primer momento al creer que no fuera necesario. No fue hasta mucho tiempo después que descubrió las secuelas que le provocó el ataque.


La asociación, junto a un grupo de psicólogos, lleva años trabajando con víctimas del atentado y familiares. Con el Proyecto ASATY (Apoyo Psicológico a los Afectados del Terrorismo Yihadista) descubrieron que, cinco años después, el 89,5% de las personas a las que ayudaban presentaba algún trastorno clínico de importancia. La mayoría de las entrevistas que realizaban reflejaban un trastorno de estrés postraumático, como en el caso de Marta. Hoy en día ella también pertenece a la Asociación.


 

El Muro de Cristal

Portada del libro El muro de Cristal. Disponible en Amazon, el Corte Inglés, Casa del Libro y Libroscc

En este libro Marta Oliver invita a recorrer con ella los pabellones de psiquiatría de los hospitales en los que ha ingresado en los últimos años. Es allí donde la autora comenzó a escribir este libro en el que acerca al lector al universo de las enfermedades mentales y los trastornos psicológicos, todavía tabú en la sociedad.


La escritura de este libro ha sido terapéutica para Marta, a la vez que pretende llenar un vacío existente. No hay libros escritos por los pacientes que se encuentran al otro lado de ese muro de cristal que separa a las personas sanas de las que permanecen ingresadas.


Habla de las terapias recibidas, de los profesionales, pero también del suicidio. El libro es un canto a la esperanza y a la vida por parte de una persona que tan cerca ha estado de la muerte.

 

Marta sigue sufriendo las consecuencias de sus traumas. Sin embargo, su lucha hoy se centra en visibilizar los trastornos psicológicos y las enfermedades mentales a través de las entrevistas y charlas que da. “Hablo de temas tabú como el suicidio y las autolesiones, temas que creo que deberían tratarse abiertamente y no ser ocultados ni por las autoridades competentes ni por los medios de comunicación”, declara. En 2018 se suicidaron en España 3.679 personas. “Por cada suicidio consumado, hay treinta intentos de suicidio”.


No existe una Ley de Salud Mental a nivel nacional, tan solo un proyecto que se creó en España en 2019. “Hay muchos aspectos que no se han cumplido conmigo, como por ejemplo tenerme atada a la cama veinticuatro horas y sin ningún motivo”. La última vez, le pusieron un pañal para no tener que cambiarle la cuña.


“No hay interés por la salud mental y por eso no se destinan recursos a ello. Es impropio de un país del llamado ‘primer mundo’ como se supone que es España”, denuncia. El ejemplo de Marta es solo uno de muchos que existen. En España, uno de cada diez adultos y uno de cada cien niños tienen un problema de salud mental, según el Instituto Nacional de Estadística.


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